Vivimos un momento peculiar en la concepción de la infraestructura verde. Durante décadas, la arquitectura del paisaje y la ingeniería agronómica se han centrado en parámetros muy concretos: valor ornamental, adaptación edafoclimática, resistencia a plagas y, sobre todo, facilidad de mantenimiento.
Sin embargo, en un mundo donde las enfermedades respiratorias y las alergias estacionales afectan a un porcentaje cada vez mayor de la población, superando el 30 % en países como España y con cifras similares en diversas regiones de Latinoamérica, surge una nueva variable que no podemos ignorar: la bioseguridad respiratoria.
Escala de alergenicidad vegetal.
Es aquí donde cobra relevancia la necesidad de parametrizar el impacto de nuestras plantaciones mediante una escala de alergenicidad vegetal. Si bien existen diversas metodologías, el sistema conocido como OPALS (Ogren Plant Allergy Scale) se ha posicionado como un referente funcional para técnicos y paisajistas.
Este sistema no es simplemente una clasificación botánica, sino una herramienta de salud pública que nos permite evaluar el potencial alergénico de las especies que prescribimos en nuestros proyectos, asignando valores numéricos del 1 al 10 en función de su capacidad para desencadenar reacciones inmunológicas.
La paradoja verde en el entorno urbano.
Resulta contradictorio observar cómo, en el afán por reverdecer nuestras ciudades para mitigar el cambio climático y reducir las islas de calor, hemos empeorado la calidad del aire en términos biológicos. Es lo que algunos expertos denominan la «paradoja verde».
Tradicionalmente, la gestión del arbolado urbano ha priorizado la limpieza del pavimento sobre la inocuidad del aire. Se ha favorecido la plantación de pies masculinos (en especies dioicas) para evitar la gestión de frutos, semillas o flores que manchan las aceras.
Esta decisión técnica, aparentemente pragmática desde el punto de vista del mantenimiento y la limpieza viaria, ha tenido un coste sanitario elevado. Al eliminar los pies femeninos, que biológicamente actúan como sumideros captadores de polen, y saturar las calles con clones masculinos, hemos convertido avenidas y parques en corredores de alta concentración polínica.
Este fenómeno, denominado por el epidemiólogo Thomas Leo Ogren como «sexismo botánico«, nos obliga a replantearnos los criterios de selección vegetal en la fase de anteproyecto.
La biología reproductiva y los vectores de polinización.
Para el profesional del sector verde, comprender la biología reproductiva es fundamental para interpretar correctamente la escala de alergenicidad. La clave reside en el vector de polinización.
Las especies que presentan mayores índices de alergenicidad suelen ser anemófilas. Estas plantas, al depender del viento para su reproducción, han evolucionado para liberar cantidades masivas de polen ligero y aerodinámico, capaz de viajar kilómetros en suspensión. Especies comunes en la jardinería pública como el Platanus, las Cupressaceae o el género Olea, son ejemplos claros de esta estrategia reproductiva que entra en conflicto con la salud respiratoria en zonas densamente pobladas.
Por el contrario, la entomofilia se presenta como la gran aliada del paisajismo hipoalergénico. Las plantas que han coevolucionado con insectos polinizadores producen un polen más pesado, pegajoso y en menor cantidad, diseñado para adherirse al cuerpo de abejas o coleópteros, y que raramente se suspende en el aire a menos que exista una manipulación directa de la flor.
Por tanto, fomentar jardines ricos en especies entomófilas no solo reduce la carga alergénica del entorno, obteniendo puntuaciones bajas en la escala OPALS, sino que también favorece la biodiversidad y el soporte a la fauna auxiliar, cerrando un círculo virtuoso de sostenibilidad.
Un nuevo estándar en el diseño y mantenimiento con menores índices de alergenicidad.
La implementación de estos criterios ya está calando en el sector. Observamos cómo estudios avanzados y empresas comprometidas con la innovación, tal es el caso de V2 Paisajismo y Jardinería que contemplan la escala de alergenicidad vegetal, entre otras firmas del sector, comienzan a integrar estas escalas de toxicidad y alergenicidad como un pilar más de su filosofía de diseño. No se trata de prohibir especies, sino de utilizarlas con conocimiento agronómico y responsabilidad social.
Para el gestor de áreas verdes, el ingeniero o el aficionado a la bricojardinería que planifica su jardín privado, la estrategia debe basarse en la diversificación. En el caso de especies dioicas, la reintroducción de pies femeninos es una medida correctiva eficaz para «limpiar» el aire de polen. Asimismo, la elección de cultivares estériles o la priorización de especies monoicas con baja emisión puede marcar la diferencia entre un jardín disfrutable y uno que se convierte en una barrera de salud para sus usuarios durante la primavera o el otoño, dependiendo del hemisferio en el que nos encontremos y la fenología local.
Como profesionales y amantes de la botánica, tenemos la responsabilidad de evolucionar. La belleza de un jardín o la funcionalidad de un parque ya no pueden medirse únicamente por su impacto visual o su sombra, sino por su capacidad de convivir amablemente con la fisiología humana.
Integrar la aerobiología en nuestras normas tecnológicas de jardinería no es una moda, es el siguiente paso lógico hacia una infraestructura verde verdaderamente saludable y resiliente.

