La floriografía y el lenguaje de las flores

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Flores de gerbera y crisantemo

En el ámbito de la botánica y el diseño, a menudo nos centramos en la estética de la flor: su color, su forma, su fragancia. Sin embargo, más allá de su belleza tangible, las flores han servido durante siglos como vehículo de un diálogo silencioso, un código cargado de intención y sentimiento.

Este es el lenguaje de las flores, una forma de comunicación sutil y profunda donde cada especie, cada color y cada gesto encierran un mensaje esperando ser interpretado. Es una tradición que nos invita a mirar más allá de lo ornamental para redescubrir las plantas como portadoras de historias y emociones.

Los orígenes del idioma floral.

Aunque la asociación de flores con significados es tan antigua como la propia civilización, el concepto de un lenguaje floral estructurado floreció de manera particular en el Imperio Otomano.

Fue allí, en la Constantinopla del siglo XVIII, donde se practicaba un juego de objetos y rimas llamado «selam», que permitía enviar mensajes complejos a través de flores y otros elementos.

Quien abrió la puerta de este conocimiento a Europa fue la aristócrata y escritora Lady Mary Wortley Montagu. Tras vivir en Turquía como esposa del embajador británico, describió en sus cartas, publicadas en 1763, cómo se podía «reñir, escribir cartas de pasión, de amistad, de cortesía, o de noticias, sin mancharse los dedos«.

Su relato sembró una semilla que germinaría con un vigor extraordinario un siglo más tarde, en la encorsetada sociedad victoriana. La rígida etiqueta de la época limitaba la expresión abierta de los sentimientos, convirtiendo a las flores en el canal perfecto para la comunicación encubierta. Fue en este contexto donde nació y se popularizó la floriografía.

Ramo de flores de gerbera y lilium

Floriografía es la gramática de un lenguaje floral silencioso.

A menudo se usan como sinónimos, pero es útil matizar la relación entre «lenguaje de las flores» y «floriografía». Mientras que el primero es el concepto general de comunicar a través de las flores, la floriografía es la codificación y el estudio sistemático de esos significados.

Durante la era victoriana, se publicaron decenas de diccionarios florales que asignaban significados específicos a cada planta, convirtiéndose en manuales imprescindibles para la buena sociedad.

La floriografía, por tanto, es la «gramática» de este idioma, el sistema que le da una estructura comprensible.

La interpretación del mensaje floral más allá de la especie.

Interpretar un mensaje floral no es tan simple como buscar una palabra en un diccionario. Es un arte que requiere sensibilidad y atención al detalle.

El significado de un ramo no solo dependía de la especie de la flor, sino de un conjunto de factores. El color era fundamental: una rosa roja proclamaba un amor apasionado, mientras que una rosa amarilla podía significar amistad en un contexto moderno, pero celos o amor menguante en la tradición victoriana.

El estado de la flor también hablaba. Un capullo podía insinuar un sentimiento incipiente o la pureza, mientras que una flor en plena madurez representaba un sentimiento consolidado.

Incluso la forma de entregar el ramo tenía su propio código: ofrecerlo con la mano derecha implicaba un «sí», mientras que con la izquierda era un «no». Un ramo entregado al revés invertía por completo el significado original de las flores. Un simple gesto podía transformar una declaración de amor en un rotundo rechazo.

Las protagonistas del diálogo floral.

Aunque casi cualquier flor puede tener un significado, algunas se han erigido como las grandes protagonistas de este lenguaje. La rosa es, sin duda, la más elocuente, un auténtico abecedario de emociones según su color.

El lirio o azucena (Lilium), con su porte majestuoso, ha representado históricamente la pureza, la inocencia y el honor.

El tulipán, por su parte, es famoso por ser una de las más directas declaraciones de amor, especialmente en su variedad roja, una simbología heredada de una leyenda persa.

En el contexto español, aunque se comparten muchos de estos significados universales, el clavel (Dianthus caryophyllus) adquiere una resonancia cultural propia, cargada de pasión, amor y una fuerte identidad regional, siendo un emblema en festividades de todo el país.

El lenguaje de las flores no es un idioma universal.

Es crucial comprender que la floriografía no es un idioma universal. Su vocabulario está profundamente influenciado por la cultura, la religión y la historia de cada región.

Un ejemplo claro son las flores de crisantemo (Chrysanthemum). En Japón, es una flor venerada, símbolo de la familia imperial, la longevidad y el honor. Sin embargo, en muchos países de Europa, como España, Francia o Bélgica, su uso está casi exclusivamente reservado a los ritos funerarios y al Día de Todos los Santos, asociándose con el duelo.

Otro caso notable es la caléndula o cempasúchil (Tagetes erecta) en México. Su color anaranjado intenso y su aroma penetrante la convierten en la flor por excelencia del Día de Muertos, donde se cree que su luz y olor guían a las almas de los difuntos de vuelta a casa. Este significado, tan profundo y arraigado, es único de su cultura.

Comprender el lenguaje de las flores es, en esencia, aprender a escuchar. Es un ejercicio de observación que nos conecta con la historia y con la naturaleza de una forma más íntima. Ya sea al elegir un ramo para regalar o al recibirlo, conocer estos códigos nos permite participar en una tradición ancestral, añadiendo una capa de significado y profundidad a uno de los gestos más bellos de la humanidad.

La relación entre el lenguaje floral y su venta.

Si nos planteamos una relación entre el lenguaje floral y su venta, vemos que no existe una correlación directa y cuantificable que dicte que las flores con el simbolismo más rico sean sistemáticamente las más vendidas a lo largo del año.

El volumen de ventas global de una especie floral depende de un conjunto de factores mucho más pragmáticos, como su durabilidad en florero (vida poscosecha), su coste de producción, la resistencia al transporte, la disponibilidad estacional y, por supuesto, las tendencias estéticas del momento. Un florista o un diseñador de jardines a menudo elegirá una flor por su textura, su color o su forma para una composición, antes que por su significado victoriano.

Sin embargo, sí existe una relación indirecta y muy poderosa en momentos específicos. Aquí es donde el lenguaje de las flores se convierte en un motor de ventas formidable.

El ejemplo más claro a nivel mundial es el de la rosa roja en San Valentín. Su indiscutible asociación con el amor romántico y la pasión provoca un aumento exponencial de su demanda y precio en esa fecha. De igual manera, los crisantemos y claveles blancos ven un pico de ventas en España y otros países europeos en torno al Día de Todos los Santos, debido a su arraigada conexión cultural con el recuerdo y la solemnidad.

Podríamos decir que el lenguaje de las flores no impulsa las ventas del día a día, pero sí crea picos de demanda muy significativos y predecibles que están vinculados a tradiciones y fechas clave.

Fuera de estas ocasiones, el consumidor promedio, aunque pueda sentirse atraído por la idea de un significado, suele decidir su compra por impulso visual y por las características antes mencionadas.

Ramo de rosas rojas con paniculata

La parte más relevante de la flor en su lenguaje.

En la floriografía o lenguaje de las flores, el mensaje es un compendio de varias capas, pero sin duda, la parte más relevante y universalmente reconocida es el color.

El color es el primer y más impactante atributo que percibimos, y es el que transmite el matiz principal de la emoción. Un mismo tipo de flor puede cambiar radicalmente su mensaje según su tonalidad.

Para ilustrarlo, tomemos como base la rosa:

  • Una rosa roja es una declaración de amor apasionado.
  • Una rosa blanca evoca pureza, inocencia o un amor que trasciende lo terrenal.
  • Una rosa amarilla comunica amistad, alegría o, en su vertiente histórica, celos.
  • Una rosa de color rosa sugiere gratitud, aprecio y un amor más tierno.

Inmediatamente después del color, el segundo elemento más importante es el tipo o la especie de la flor. Cada flor posee un simbolismo fundamental que actúa como base de su mensaje.

La azucena o lirio (Lilium) representa la pureza y la majestuosidad, el girasol (Helianthus annuus) simboliza la admiración y la lealtad, y la violeta (Viola) habla de modestia y lealtad. El color, por tanto, matiza el significado inherente de la especie.

Finalmente, un tercer nivel de interpretación, más propio de la floriografía victoriana clásica, era el estado de desarrollo de la flor. Un capullo cerrado de rosa roja no tenía la misma intensidad que una flor completamente abierta.

El capullo podía significar el despertar de un sentimiento, una promesa de amor, mientras que la flor en su plenitud era la confirmación de esa pasión.

Así, aunque el simbolismo no define el mercado floral en su totalidad, sí lo moldea de forma decisiva en momentos clave. Y a la hora de descifrar su lenguaje, debemos atender primero a su color, que es el adjetivo que califica la emoción, y después a la especie de la flor, que representa el sustantivo o la idea central del mensaje.

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