Las mallas agrícolas en jardinería son un conjunto de materiales geotextiles que son utilizados para dar respuestas ante necesidades concretas.
En el diseño y mantenimiento de un jardín, ya sea una pequeña parcela o una extensa área paisajística, nos enfrentamos a desafíos constantes: el control de las plantas adventicias (llamadas malas hierbas), la protección contra un sol intenso, la fuerza del viento o la necesidad de crear espacios íntimos.
Para dar respuesta a estas situaciones, la jardinería y el paisajismo han encontrado productos desarrollados especialmente para un sector tecnológicamente avanzado como es la agricultura profesional, los definidos como plásticos para la agricultura.
Nos referimos a las mallas agrícolas, desarrolladas inicialmente para optimizar cultivos y proteger cosechas, han demostrado ser herramientas de una versatilidad y eficacia extraordinarias cuando se trasladan al ámbito ornamental.
Esta transferencia tecnológica no es casual. La agricultura profesional lleva décadas investigando y desarrollando materiales que modifiquen o controlen las condiciones ambientales a favor de las plantas. El resultado son productos de alta durabilidad y con propiedades muy específicas que, hoy en día, son indispensables en cualquier proyecto de jardinería que busque la eficiencia y la sostenibilidad.
Mallas del campo agrícola al jardín.
La base de la mayoría de estas mallas son polímeros plásticos como el polietileno de alta densidad (HDPE) o el polipropileno (PP), tratados para resistir la degradación por la radiación ultravioleta del sol, garantizando así una larga vida útil a la intemperie.
Aunque su origen es común, sus aplicaciones en el jardín se diversifican según su estructura y diseño.
Mallas antihierba.
Una de las más extendidas son las mallas antihierba, también conocidas como geotextiles cubresuelos. Su función es tan simple como efectiva: extendida sobre el terreno, bloquea el paso de la luz solar, impidiendo la germinación y el desarrollo de la mayoría de las plantas no deseadas.
Su principal ventaja frente a otros métodos es que es permeable al agua y al aire, permitiendo que el suelo respire y se mantenga húmedo, lo que favorece a las plantas que sí queremos cultivar.
Su uso en parterres, rocallas o bajo caminos de grava o corteza de pino, reduce notablemente la necesidad de escardas manuales y, sobre todo, el uso de herbicidas, alineándose con una jardinería más respetuosa con el entorno. Estas no deben ser confundidas con las mantas antihierbas, fabricadas con materiales biodegradables y diferente técnica de confección.
Las mallas de sombreo.
Por otro lado, cuando el desafío es la gestión de la luz y la temperatura, entran en juego las mallas de sombreo. Estas estructuras, que se presentan en diferentes densidades, permiten filtrar un porcentaje determinado de la radiación solar.
En la práctica, esto se traduce en la creación de umbráculos para proteger colecciones de plantas sensibles al sol directo, como helechos, camelias u orquídeas, o para atenuar el calor en pérgolas y terrazas, generando ambientes más agradables.
Mallas para la delimitación de espacios y la protección.
La delimitación de espacios y la protección frente a las inclemencias del tiempo son otras dos funciones clave. Las mallas de ocultación están diseñadas para proporcionar privacidad en vallas y cerramientos perimetrales.
Es quizás en este tipo de mallas donde la adaptación a la jardinería se hace más evidente. Mientras que en agricultura el color es secundario, en paisajismo la estética es primordial. Por ello, encontramos una amplia gama de colores (verdes, marrones, grises o negros) y diferentes grados de opacidad que permiten su integración armónica en el diseño del jardín.
Las mallas cortavientos.
Muy relacionadas con ellas, pero con una función técnica distinta, están las mallas cortavientos. A diferencia de un muro sólido que genera turbulencias perjudiciales al otro lado, estas mallas actúan como un filtro que reduce la velocidad del viento de forma progresiva.
Esta característica es vital para proteger plantaciones jóvenes, evitar la deshidratación de las plantas en zonas ventosas y resguardar áreas de cultivo en huertos urbanos.
Venta de mallas agrícolas adaptadas a cada necesidad.
La procedencia agrícola de estos materiales se refleja también en su formato de venta. Los profesionales del paisajismo, las empresas de mantenimiento o los viveros, suelen adquirir estas mallas en grandes rollos de varias decenas o cientos de metros, optimizando así los costes para proyectos de envergadura.
Sin embargo, conscientes de la demanda creciente en el ámbito doméstico, los fabricantes y distribuidores ofrecen formatos más reducidos y manejables, adaptados a las necesidades del aficionado a la bricojardinería o al bricohuerto, que puede encontrarlos fácilmente en centros de jardinería y tiendas especializadas.
Todos estos ejemplos nos muestran cómo las mallas técnicas han dejado de ser un recurso exclusivo de la producción agrícola para convertirse en un elemento estructural y funcional en la jardinería contemporánea.
En este contexto, su correcta elección y aplicación no solo resuelve problemas prácticos, sino que contribuye a crear jardines más sostenibles, resilientes y eficientes en el uso de recursos.